Apoyado en la barandilla del puente, ya con medio cuerpo suspendido
en el vacío, como su alma, desangelada y rota, piensa en el sentido de
sus actos y en las certezas de sus emociones.
Y, entonces, la vio llegar.
Ella le mira, como quien mira a un cachorro, con infinita ternura. Con
mucha suavidad, casi temblando, le abraza y le dice que, pese a lo
ocurrido, ella le quería con toda su alma.
Ahora recorren el camino de vuelta a casa, cogidos por la cintura, y él
apoyando su cabeza en el hombro de ella, llorando desconsolado.
Deja que te cuente un cuento de esa niña que, al irse a dormir, leía
cuentos que hablaban de amor, con príncipes azules y carrozas aladas,
que le hacían sentir que su paraíso estaba por venir, mientras se
quedaba adormilada.
Cuando llegó a la adolescencia su vida giró
como un torbellino y en el centro el amor. Era enamoradiza y de galanes
su mundo estaba lleno, aunque, muy huidiza, cada uno, le duraba lo que
dura un suspiro, de los de amor.
Como adulta, conoció a su príncipe,
del que se enamoró, y con él se casó, teniendo descendencia que fue,
del amor, inicio de decadencia. Conoció muy feas palabras: olvido,
angustia, depresión, soledad… y se hizo duro su corazón y allí le dejó.
De edad madura la tildan, aunque ella sólo se vea algo mayor. Ahora, al
irse a dormir, ya no lee cuentos, ni novelas de amor, sólo piensa en
conocer a un hombre bueno, que sea sincero y que la mire a los ojos sin
temor. Sólo se permite pensar, de vez en cuando, que, tal vez, algún día
alguien le diga: “Te voy a contar un cuento, en el que vives este amor
que yo, por ti, ahora siento”
Aurelio,
entró en la Posada de las Almas como quién entra en su coto privado de
caza, con la seguridad de que era capaz de cobrar cualquier pieza que se
le pusiera a tiro. La noche estaba muy animada y, tras pedir en la
barra su combinado, se dirigió a su “aguardo” favorito, desde donde
divisar las mejores piezas.
Después de evaluar tres o cuatro
posibilidades, sus ojos se posaron en una preciosa morena que sonreía
mientras bailaba con un estilo muy sensual. Lo tuvo claro, con esa forma
de moverse estaría muy receptiva a sus encantos. Se acercó a ella y se
puso a un costado, para ser percibido lentamente, sin entrar con
brusquedad en su campo de visión. Con la siguiente canción, inició él su
más exótico baile y, en cuanto ella dio muestras de cierto interés, le
dedicó las miradas y contoneos adecuados de entrega a una belleza.
La conexión fue rápida y en poco tiempo se produjeron los primeros
roces de ambos cuerpos bailando en sensual cadencia, saltando chispas,
que más parecían relámpagos. Tras media hora de éxtasis, él posó una
mano en la cadera de ella y con la otra le mostró el camino de la barra,
a lo que ella asintió levemente con la cabeza.
Ya en la barra,
dijo –Me llamo Aurelio, ¿y tú?, contestando ella –je m'appelle Celine.
Aurelio pone cara de asombro y dice –¡oh, francesa!, –¡oui!, respondió
ella con una ligera risita, –¿y qué tal te defiendes con el español?,
preguntó él, a lo que ella respondió –comme ci comme ça (así, así),
acompañado con unos giros de su mano, –pues yo de francés de poco a
nada, pero vamos, que el idioma no tiene porqué ser un obstáculo, dijo
él, con su más cautivadora sonrisa, contestando ella –Oh, si vous
saviez! (Ay, si tú supieras), poniendo cara enigmática.
Se
miraron y tantearon, casi sin cruzar palabra, mientras les duró la
bebida, tras lo cual volvieron a la pista y se comunicaron sólo con el
ancestral movimiento de atracción que provocan dos cuerpos que se buscan
y se encuentran al ritmo de la música.
En la siguiente parada
para refrescarse, tras unos pocos sorbos y unas elocuentes miradas,
Aurelio le pregunta –¿te gustaría ir a algún sitio más íntimo?, a lo que
ella responde –bien sûr (claro que sí)
Ya fuera del local,
cogidos de la mano, se dirigen al hotel cercano y, una vez en la
habitación, se lanzan a un cuerpo a cuerpo devastador para sus prendas
de ropa que quedan esparcidas por todos lados.
Llegado el momento
trascendental, Aurelio se da cuenta de que algo no funciona bien en él y
que la erección inicial ha desaparecido. Con mirada consternada se
dirige a Celine –lo siento, no sé lo que pasa, nunca me había pasado
esto; ella pasa de una cara de asombro a una totalmente risueña hasta
que rompe en una sonora carcajada, él se pone rojo de vergüenza y dice
–no entiendo que esto te parezca gracioso, aunque no me entiendas.
Ella, después de varias carcajadas más, y tras conseguir ponerse algo
seria, le responde –mira majo, te va a salvar que, en realidad, yo sea
de Teruel y las ganas que tengo de que me pongas mirando para Cuenca; la
cara de Aurelio es todo un poema y ya no sabe de qué color ponerse.
Finalmente, ella se incorpora y le tumba sobre la cama, poniéndose a
horcajadas sobre él; le mira intensamente y le dice –¡vamos hombre, que
tú puedes! Te pongo yo a tono en un momento, sólo has tenido un
“Gatillazo a la francesa”.
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Él, hacía tiempo que había pasado la segunda adolescencia que pasan
muchos hombres más allá de los cuarenta, en la que, como si fuese
imperativo de la naturaleza, unas caderas sensuales o unos pechos
turgentes anulan su voluntad y control, disponiéndose a la caza como si
su supervivencia estuviera condicionada a ese acto; reconduciendo su
existencia, primero con pequeños gestos: comprando ropa nueva,
adelgazando, moldeando su figura en el gimnasio… , siguiendo, a
continuación, con una remodelación de su
vida social: saliendo con amigos después del trabajo, apuntándose a
cursos de baile o de escritura… ; llevándole todo ello a un destino
inevitable de ruptura de su matrimonio y al distanciamiento con sus
hijos, sólo paliado por sus encuentros quincenales.
Ella, se encontraba, recién pasada la época depresiva en la que cayó
tras su divorcio con el ser apático, gandul e indolente, en el que se
había convertido su marido, en una búsqueda de su propia esencia que la
había colocado en la senda de la autoafirmación y el crecimiento
personal, valorándose, intelectual, física y socialmente, en su justa
medida, tras haber superado la sima en la que había ido cayendo durante
años y de la que salió a flote gracias al salvavidas que supuso la,
autoimpuesta, total dedicación a sus hijos.
Él y ella, cruzaron
sus caminos una fría tarde de invierno, tras un leve incidente de
tráfico, saldado con unos ligeros desperfectos en sus coches. Decidieron
que, debido al mal tiempo, era mejor aparcarlos y rellenar el parte de
accidente en la chocolatería cercana. Allí, una vez resuelto el trámite,
pasaron la tarde, sin apenas ser conscientes del paso del tiempo,
charlando sobre sus vidas. Al despedirse intercambiaron teléfonos por si
surgiera algún problema con los seguros.
Ella y él, pasaron
varios días pensando en el otro y en lo agradable que resultó aquella
tarde y en el deseo de repetir la experiencia. Ya no recuerdan si fue él
o ella quien llamó al otro para saber si había ido bien con el seguro
porque, ella y él, desde entonces, se llamaron a menudo, se vieron y se
reconocieron y, poco a poco, fueron creando una relación.
Él y
ella, finalmente, vivieron juntos y disfrutaron de muchos inviernos
pegado el uno a la otra, debajo de una manta, charlando, riendo,
acariciándose y compartiendo todo aquello que les hacía felices.
![](https://scontent.fmad3-1.fna.fbcdn.net/t31.0-8/12474091_10208784517637153_4053242988131006928_o.jpg)
Por si mañana no estuviera, a diario, digo que te quiero.
Si la vida tiene un sentido, sentido no tiene buscarlo, mírala siempre
con agrado y piensa, amor, en lo vivido. Quizá sea ángel, o demonio, el
que, sin pena, a por mí venga, o la nada ahora me envuelva, pero me iré
de amor eufórico. Semillas de amor he mandado, y, a mi vez, las he
recibido, amando a mis seres queridos y al corazón necesitado.
Pero si mañana no estoy al amor vuelve como hoy.
Hoy le pregunto a la luna por el amor y ella responde que, de los dos
amores que tiene, lo que más importa no es el resplandor; y me cuenta
que cuando ella duerme porque la tierra, su hija, no le deja ver a su
amado, el sol, le escribe poemas de amor y que, luego, mientras crece en
ella la luz de su amado se los va recitando para que no olvide lo que
le quiere, que no hay mayor desamor que el olvido y que por mucho tiempo
que lleven juntos cada momento por él iluminado es nuevo e ilusionante;
y cuando de luz ya está llena escribe nanas para su niña, la tierra, y
cada noche, mientras va menguando, se las va cantando; y así, la tierra,
siempre amada por su padre el sol y por su madre la luna, se siente
querida, iluminada y adormecida.