Cuando llegó a la adolescencia su vida giró como un torbellino y en el centro el amor. Era enamoradiza y de galanes su mundo estaba lleno, aunque, muy huidiza, cada uno, le duraba lo que dura un suspiro, de los de amor.
Como adulta, conoció a su príncipe, del que se enamoró, y con él se casó, teniendo descendencia que fue, del amor, inicio de decadencia. Conoció muy feas palabras: olvido, angustia, depresión, soledad… y se hizo duro su corazón y allí le dejó.
De edad madura la tildan, aunque ella sólo se vea algo mayor. Ahora, al
irse a dormir, ya no lee cuentos, ni novelas de amor, sólo piensa en
conocer a un hombre bueno, que sea sincero y que la mire a los ojos sin
temor. Sólo se permite pensar, de vez en cuando, que, tal vez, algún día
alguien le diga: “Te voy a contar un cuento, en el que vives este amor
que yo, por ti, ahora siento”
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