La lluvia caía de forma copiosa, la luz de las
farolas apenas iluminaba la calle donde el agua se iba acumulando, los
pasos del hombre que caminaba por ella creaban ondas mientras el agua
inundaba unos pies ateridos, casi insensibles. La figura
se detuvo un momento y levantó la vista del suelo, tanto el pelo de la
cabeza como el de la larga barba brillaban por la humedad y entre las
gotas de lluvia resbalaba camuflada una lágrima, el temblor del cuerpo
tanto podría ser por el enfriamiento debido a estar empapado como al
dolor de un corazón mortificado por la pena.
Está mirando, sin ver, la cortina de agua que atraviesa el haz de luz de la farola cercana. En su mente se van formando las imágenes que, de tanto recordar, se han imprimido a fuego en su cerebro.
Un hombre apuesto, orgulloso de sí mismo y de su gran éxito en la vida llega a casa, donde su joven, maravillosa y bella mujer va a acostar a su hijo de pocos meses. El la acompaña escaleras arriba y, tras dejar en la cuna al niño, la atrae hacia él dándole un tierno beso en la frente mientras le dice cuanto la quiere y ella le sonríe con dulzura mientras le acaricia la mejilla.
La escena se hace añicos mientras se va formando una nueva. El, en su lujoso despacho, atrae con firmeza y pasión el cuerpo voluptuoso de su secretaria y le hace el amor con furia, como si se acabase el mundo y fuera su última vez.
Jadea con fuerza y se encuentra sólo, encerrado en un baño, sudoroso y temblando con polvo blanco que sale de su nariz y se siente poderoso, invulnerable, capaz de cualquier cosa. Arriesga en los negocios, al volante de su deportivo de ensueño, en las decenas de relaciones con mujeres despampanantes… está en la cumbre.
Un día un negocio que se tuerce, unas decisiones arriesgadas que fallan, estrés, bebida, polvo blanco… todo se enturbia y, como en una pesadilla, pierde el control y vierte sus frustraciones con quienes le rodean: insulta, golpea y grita con desesperación mientras cae de la cumbre, intentando agarrarse a cualquier saliente, pero nada le sujeta, cae…
Vuelve a la realidad, está empapado, tiene hambre y frio… y no le importa, sólo siente una soledad inmensa, su corazón está vacío y en absoluta oscuridad. Los pasos del hombre sobre las piedras mojadas vuelven a sonar en la calle vacía, caminando sin rumbo, sin destino…
Está mirando, sin ver, la cortina de agua que atraviesa el haz de luz de la farola cercana. En su mente se van formando las imágenes que, de tanto recordar, se han imprimido a fuego en su cerebro.
Un hombre apuesto, orgulloso de sí mismo y de su gran éxito en la vida llega a casa, donde su joven, maravillosa y bella mujer va a acostar a su hijo de pocos meses. El la acompaña escaleras arriba y, tras dejar en la cuna al niño, la atrae hacia él dándole un tierno beso en la frente mientras le dice cuanto la quiere y ella le sonríe con dulzura mientras le acaricia la mejilla.
La escena se hace añicos mientras se va formando una nueva. El, en su lujoso despacho, atrae con firmeza y pasión el cuerpo voluptuoso de su secretaria y le hace el amor con furia, como si se acabase el mundo y fuera su última vez.
Jadea con fuerza y se encuentra sólo, encerrado en un baño, sudoroso y temblando con polvo blanco que sale de su nariz y se siente poderoso, invulnerable, capaz de cualquier cosa. Arriesga en los negocios, al volante de su deportivo de ensueño, en las decenas de relaciones con mujeres despampanantes… está en la cumbre.
Un día un negocio que se tuerce, unas decisiones arriesgadas que fallan, estrés, bebida, polvo blanco… todo se enturbia y, como en una pesadilla, pierde el control y vierte sus frustraciones con quienes le rodean: insulta, golpea y grita con desesperación mientras cae de la cumbre, intentando agarrarse a cualquier saliente, pero nada le sujeta, cae…
Vuelve a la realidad, está empapado, tiene hambre y frio… y no le importa, sólo siente una soledad inmensa, su corazón está vacío y en absoluta oscuridad. Los pasos del hombre sobre las piedras mojadas vuelven a sonar en la calle vacía, caminando sin rumbo, sin destino…
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