Una pareja pasea por la ciudad, se les ve felices, radiantes, tanto como el soleado día que les ilumina.
Él, con una gran sonrisa en su rostro, le comenta –Imagina este verano,
una tarde al caer el sol, la arena mojada, por las suaves olas, humedeciendo tus pies, mientras paseas cogida de la mano con el amor de tu vida.
Ella le mira de otra forma, con los ojos entrecerrados, y pregunta –¿El amor de mi vida?
Él se para y la hace sentarse en un banco cercano, coge las manos de
ella con las suyas y, mirándola a los ojos, dice –Es fácil imaginarse la
escena y la probabilidad de que ocurra, desde “Imagina…” hasta “cogida
de la mano con” es bastante alta. El resto de la frase surgió natural,
tal y como surgen las cosas sentidas, dichas desde el corazón, no
preparadas y sin haberlas razonado.
No tengo una bola para leer
el futuro, las estrellas no me iluminan mostrando lo que ha de venir,
no sé echar las cartas, ni tan siquiera leer en los posos del café. Así
que, sobre el futuro sólo puedo hacer suposiciones, más o menos
razonadas, o expresar deseos, más o menos sentidos. El final de la frase
contiene un poco de ambas cosas, tanto suposiciones como deseos.
Deseo fervientemente, con todo mi corazón, llegar a ser el amor de tu
vida y en ello he puesto todo mi empeño desde que te declaré mi amor.
Quiero que nuestro amor signifique tanto, y sea tan intenso, que dentro
de mucho tiempo o cuando ya las fuerzas me abandonen, puedas decirme…
“Eres el amor de mi vida”
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