viernes, 13 de junio de 2014

La azafata

Mariló sube al tren de cercanías en Atocha. Alta, delgada, bien proporcionada y vestida, como va, de azafata llama la atención y diversas miradas se dirigen a ella, sobre todo masculinas, pudiendo ser calificada como mujer 10. Para un observador minucioso el panorama cambia sustancialmente si se atiene a esos rasgos tan distintivos que suministra la piel de una mujer que ya ha pasado, sobradamente, los 40.

Hay algo que la define aún más y es su rostro: tan anguloso, debido a la delgadez, que parece tallado en mármol; de una rigidez seria tal que echaría para atrás al humorista más templado intentado sacarle una sonrisa; sus ojos azul claro son bellos, pero afianzan la frialdad del conjunto; sin apenas arrugas, si exceptuamos unas ligeras líneas en la comisura de sus labios, transmite una vida intensa, llena de experiencias.

Desde joven fue admirada por su belleza, de la cual empezó a sacar partido rápidamente, se hizo azafata y viajó por todo el mundo, todos los hombres la querían para sí y la colmaban de regalos, detalles y atenciones. Durante muchos años fue muy selectiva con el sexo opuesto, primando juventud y belleza, para, posteriormente, elegir madurez y cuenta corriente. En ningún momento pensó en formar una familia, estaba muy ocupada con su trabajo y su vida amorosa como para abandonar por unos hijos que, en el mejor de los casos, destrozarían su cuerpo.

Cuando llegó a los 40 su mundo se derrumbó, primero la pasaron a azafata en tierra, para ir poco a poco relegándola hasta ocupar un diminuto cuchitril y hacerse cargo de unas tediosas tareas administrativas. Los hombres con dinero ya no se fijaban en ella y los que lo hacían sólo querían contacto sexual esporádico.

El carácter se le fue agriando y con él crecieron los problemas con el sexo opuesto. Ahora, hacía mucho tiempo que ya no deseaba estar con babosos que nada le aportaban emocionalmente, gente aburrida y pretenciosa, gimnastas y ególatras sexuales…

Mariló coge su móvil y marca llamada sobre el rostro de una mujer, de mediana edad, algo rellenita y, cuando al otro lado descuelgan, ella dice: “Hola mi amor, ¿qué tal la mañana?”… ¿qué has hecho hoy para comer?... Sí, ya estoy llegando, en 10 minutos estoy contigo y te daré un beso lleno de deseo”…

El tren de cercanías para en la estación de La Garena y Mariló se baja, camina con paso decidido hacia el aparcamiento, mostrando en su rostro una sonrisa dulce y sensual, de las que sólo se tienen cuando se está enamorado.

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