Hace
16 años tuvo lugar el suceso más trascendental de mi vida, mi hija llegó
al mundo y, desde el primer instante, supe que ella sería lo más
importante durante los días, meses y años que me quedaran de vida.
Durante los siguientes tres meses la cuidamos y mimamos como mejor
supimos, ya que no traía libro de instrucciones y, en muchas ocasiones,
las dudas y miedos de si estábamos haciendo lo correcto
nos atenazaron. A partir de ese momento, ya con un biberón en la mano,
decidí que su madre había hecho lo más importante y ahora me tocaba a
mí, así que todas las noches en vela, los miedos, las enfermedades, la
guardería, los colegios, los médicos, etc., serían míos.
Poco
después de cumplir los 5 años a su madre la diagnosticaron una grave
enfermedad. Aún tengo grabada a fuego la frase que le dijo el
neurocirujano en nuestra primera consulta, cuando mi mujer le preguntó
cuánto le quedaba de vida: “Vamos a luchar tu y yo, con todas nuestras
fuerzas, para que veas crecer a tu hija y la disfrutes todo el tiempo
que sea posible” Ese tiempo se acabó el verano pasado y nos dejó. La
mayor preocupación de mi hija cuando esto sucedió fue mi estabilidad
emocional, no su pena y su dolor, sino los míos.
Desde entonces
nos hemos cuidado mutuamente en todos los aspectos y puedo asegurar,
con una lágrima de emoción cayendo por mi mejilla, que, sin ninguna
duda, tengo la mejor hija que un padre pueda desear. Hoy me ha dado de
regalo la camiseta que ya os he puesto y, a parte de las risas que nos
hemos echado, creo que el significado que encierra este regalo muestra
una gran confianza en mí, lo que me llena de orgullo y me dice que muy
mal no lo estoy haciendo.
Gracias Ana, te quiero con toda mi alma.
Fdo. El padre más orgulloso de la tierra.
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