lunes, 31 de marzo de 2014

Desde la Luna

Reth, el Administrador Energético, dirige sus pasos hacia las escaleras que conducen al siguiente nivel, mientras su mente es un torbellino que se debate entre la desesperación y la determinación, entre la angustia y la claridad, entre la soledad y el bien común. Sabe, mejor que nadie en el mundo, cómo son las cosas y qué poco puede hacer él o cualquier otro para cambiarlas, excepto lo más radical.

Piensa en las grandes celebraciones que habrá hoy para conmemorar la llegada del año 50 dGC (después de la Gran Catástrofe). Lo que le lleva a recordar aquél fatídico día en el que, siendo él sólo un niño, la humanidad se volvió loca o quizás sólo sus dirigentes y estuvo a punto de la extinción. La crisis de Crimea desembocó en locura colectiva tras los primeros lanzamientos de artefactos nucleares, los hongos de las explosiones se sucedieron con rapidez a todo lo ancho y largo del globo terráqueo, hasta que alguien decidió utilizar como arma el virus H10MT, aniquilando miles de millones de vidas y esperanzas en pocos días.

Sólo se salvaron las cien mil personas que la clase dirigente decidió: ellos, sus familias, técnicos, investigadores, médicos y todos aquellos que creyeron necesarios para la supervivencia de la especie, pero, sobre todo, de ellos mismos. Se suministraron bloqueantes del virus y se llenaron con todos los supervivientes las naves espaciales que, tan convenientemente, tenían ocultas, dejando la inhóspita y desolada Tierra atrás, para instalarse en la Luna, en una colonia que llevaban décadas construyendo.

Los primeros años fueron duros, con grandes restricciones y un férreo control, absolutamente dictatorial, por parte del Consejo y de sus Unidades de Intervención. La creación del Traje Energético (TE) supuso un gran avance, la escasez energética, hasta entonces, era la espada de Damocles que gravitaba sobre sus cabezas. El TE generaba energía con cada movimiento corporal y lo acumulaba hasta que, llegadas las horas de descanso, lo conectabas a la instalación de absorción de energía, pasando al gran acumulador de la colonia. Durante las horas de vigilia el TE se encargaba de aleccionar a su portador con mensajes de audio persuasivos: “Tu energía es vital para todos”, “Dar energía produce felicidad”, “La humanidad depende de ti”. También, estos mensajes se reproducían con letras de colores en el propio traje, significando cada color el porcentaje almacenado por su propietario, para que los demás lunáticos que se cruzaran supieran si eras buen ciudadano o no.

A raíz de la implantación obligatoria del traje, el control sobre todos los individuos de la colonia fue total, desde Administración se sabía en qué lugar de la colonia se encontraba cada persona, la carga útil y varias cosas que no eran de dominio público: estado emocional, relación con otras personas, conversaciones…

Según crecía la colonia las necesidades energéticas se incrementaron y los porcentajes de carga asignados crecieron sin cesar, sólo unos pocos privilegiados estaban exentos de cuotas fijas. Para el resto de ciudadanos la actividad debía ser constante, además del trabajo asignado según sus capacidades, se asignaban horas de ejercicio físico intenso, siempre se debía estar en movimiento, nadie podía pararse a charlar o descansar, todo se hacía sobre la marcha.

El suceso más relevante en la vida de la colonia se produjo en el año 40 dGC. Sólo un reducido grupo tuvo conocimiento de que el seguimiento que se hacía de los niveles de radiación y habitabilidad de la Tierra mostró que, en la mayor parte del planeta, se daban las condiciones necesarias para poder volver. El Consejo determinó que ellos y sus familias, en aras del bien común, serían los primeros en regresar y que cuando estuvieran seguros de que todo iría bien se procedería a la evacuación general de la colonia.

Las naves partieron y, desde entonces, no se tenía noticia alguna de la posible evacuación. Desde el mismo instante de su partida fueron desconectados todos los aparatos que suministraban cualquier información sobre la Tierra, el Consejo seguía dirigiendo la colonia desde allí, adoptando cuantas decisiones eran necesarias, pero, sobre todo, asegurándose que los suministros de energía desde la Luna fueran regulares.

Reth acelera su paso, dominado por el nerviosismo, hasta llegar a la compuerta con pantalla de seguridad, donde se identifica con la voz y su rostro. Es, junto con su ayudante, la única persona que ahora tiene autorización para acceder al módulo del gran acumulador y al sistema de lanzamiento de módulos energéticos. Una vez cerrada la compuerta a su espalda se dirige al módulo que está siendo cargado y que será el próximo en lanzarse de forma automática hacia la Tierra. Una vez abierto un panel lateral extrae con manos temblorosas de su traje un pequeño dispositivo que inserta en el hueco, cerrando a continuación el panel.

Retrocede unos pasos y aguarda a que el módulo inicie el desplazamiento hasta el tubo de lanzamiento. Una vez en el interior del tubo se cierra la compuerta y se produce el lanzamiento. La gran llamarada que provoca la combustión del deuterio ilumina la trayectoria del módulo. Su frente está perlada de sudor, los labios apretados y todo su cuerpo en tensión, entonces se repite lo que le ha costado tanto decidir –He hecho bien, el destino de la humanidad está en mis manos, la colonia ahora estará a salvo de ese tumor que siempre supuso la clase dirigente primero y el Consejo después- Tiene la certeza absoluta de que en pocos semanas se pondrán en marcha los nuevos generadores terrestres y la energía de la luna ya no les será necesaria, con lo que el Consejo dejará abocada a la colonia a una lenta agonía, sino deciden en el último momento una acción más radical destruyéndola.

A continuación, extrae de su bolsillo una antigua pistola de proyectiles y la acerca a su sien, sabe que no podría vivir con la conciencia tranquila, que las pesadillas le atormentarían siempre y que su forma de actuar y pensar había traspasado un límite que no debería existir en la nueva humanidad que surgiría de la colonia. Su mirada seguía atenta a la pantalla que mostraba la evolución de la trayectoria del módulo energético, entrando ahora en la atmósfera terrestre. Esperó a que el indicador de altitud del módulo marcó los cinco mil metros, justo cuando el artefacto que incorporó en el módulo se activó y dejó escapar a la atmósfera el virus H10MT modificado y del cual, hasta el momento, no había cura, así que la muerte de todos los hombres, mujeres y niños que ahora se encontraban en la Tierra era inevitable en pocos días.

Entonces, aprieta el gatillo y el proyectil se aloja en su cabeza segándole la vida.


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