Tenue
y embriagador aroma de flores, ojos dulces y penetrantes que, con una
leve mirada, te desnudan el alma, sonrisa pícara desde la que asoman
unos dientes marfileños y cabello dorado con reflejos angelinos que la
ligera brisa de la mañana mece.
Un pétalo de la flor del
almendro se mueve inquieto en el aire y, por unos segundos, siento como
si su figura fuera extraña, fuera de tiempo y de lugar, sólo un sueño primaveral que se desvanecerá al caer la tarde y del que apenas quedará el recuerdo de su rostro en mi memoria.
Alzo mi copa, admirando el baile de burbujas y aspirando el intenso
aroma frutal, y el sonido de nuestras copas al chocar me trae de nuevo a
la realidad o al sueño o al delirio, sus ojos me miran y los miro, sus
labios me besan y los beso y un escalofrío recorre mi ser.
No
sé si es mi rostro o es mi alma la que sonríe, la sensación es tan
intensa que apaga los sentidos, quedando sólo la necesidad, el anhelo y
el deseo de sus labios, de ese paraíso encendido y carnal que me
transporta a este cielo terrenal que transito por estar a su lado.
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