Hubo una vez, en la corte del reino, un
guardaespaldas, apodado Nico (por aquello de ni comes ni dejas comer,
que le decían sus colegas) que, en su primera misión, se le encomendó la
protección y custodia de la Dama Lola Flores, ¡la Lola de España! (¡ah, no! eso no es de este cuento) en una fiestuqui nocturna, en lo más alto de la más alta torre del reino.
Como buen profesional, lo primero que comprobó Nico era la dificultad
de su misión, ya que el local estaba abarrotado por una fauna rugiente y
muy dada a las trayectorias de intersección con las damas. Lo peor para
él fue cuando le presentaron a la Dama Lola, en un acto que se puede
calificar de poco profesional, cerró completamente la visión periférica y
volcó toda su atención en ella: era espectacular, la más bella dama
conocida, sonriente, amable, sensual…, quedó como petrificado y tan solo
pudo articular un ¿¡hoooolaaa!? Cuando pudo reaccionar supo que la
misión más importante de su vida se iniciaba allí.
Desde
entonces asistió a todos los eventos lúdico-festivos de la corte en los
que la Dama Lola requería su presencia. Como buen profesional que era
siempre un paso por detrás y uno a la izquierda de su protegida,
escrutándolo todo y aplicando su dura mirada a aquellos que se acercaban
demasiado, atento a cualquier incidencia que pudiera perturbarla,
incluyendo su estado de ánimo.
Horas y horas en las que
pudieron charlar de lo humano y lo divino. La admiración inicial de Nico
dio paso a un incipiente enamoramiento que perturbaba ligeramente sus
sentidos, hasta tal punto que fue encontrado una vez paseando a un
perro, pero del perro sólo llevaba la correa, otras se le encontró
perdido en la ciudad sin saber cómo había llegado hasta allí, dicen que
fue visto con la cabeza apoyada en la barra de un bar observando cómo
ascendían las burbujas de su cerveza y los más hicieron la observación
de que parecía que flotara al andar, como si estuviera en una nube.
Como buen profesional, se sabía de memoria la película “El
Guardaespaldas” y sabía los errores que no debía cometer y que, en la
misión más importante de su vida, no debía fracasar. Desde entonces se
aplicó, como nunca se había aplicado, en proteger, complacer, animar y,
sobre todo, en encandilar a la Dama Lola. Hasta que un día ella le abrió
su corazón.
Y este cuento, como un buen cuento que se precie,
no debe tener un final cerrado… y comieron perdices, gambas y
solomillos, aunque también huevos rotos con patatas y sopas de ajo…
Dicen que ahora se les ve pasear por el reino, él un paso a la izquierda
pero ya no un paso por detrás, van cogidos de la mano y mirándose como
se deben mirar dos enamorados.
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