viernes, 20 de diciembre de 2013

En un descampado

En un descampado en Chamartín vive, con otra decena de personas, una pareja que se me acercó el otro día a pedir una ayuda para comer. Ella trabajó en una fábrica hasta que la cerraron, lo cual supuso apretarse mucho el cinturón, pero pudieron seguir viviendo con lo que él obtenía en un pequeño taller de su propiedad que consiguió levantar con mucho esfuerzo y jornadas interminables, rehipotecando su casa e invirtiendo los pocos ahorros que tenían. La situación, debido a la maldita crisis, se tornó insostenible, todo eran facturas y ninguna entrada de trabajo, hasta que, finalmente, el banco se quedó con lo poco que tenían: el taller y el piso, hasta el coche tuvieron que vender. Se metieron, como otros tantos, en un piso abandonado a medio construir. De allí fueron echados por las autoridades, no quedando otro remedio que vagabundear, vivir de la caridad y acabar durmiendo al raso en el descampado.

A pesar de los pesares ambos continuaron sonriéndose, animándose y queriéndose, sobre todo porque desde hacía unos meses ella estaba embarazada, esperaban su primer hijo, la ilusión de sus vidas.
 

El otoño fue un infierno, helando todas las noches y comiendo lo justo para no desfallecer. La desesperación fue haciendo mella en ellos, no sabían que hacer, a quién acudir, ¿qué pasaría cuando naciera su hijo, qué le darían de comer, cómo le vestirían?
 

Una noche de diciembre ella se puso de parto entre cartones y plásticos. Nació su hijo, sonrosado y menudo y, tal y como habían acordado, no le pusieron nombre, sólo era su “nene”.
 

Tras dos días de angustia él cogió al “nene”, lo envolvió en un viejo chándal, depositándolo en una caja de cartón y llevándola al portal de una iglesia, dejando allí a su hijo, sin poder mirarle, con los ojos anegados en lágrimas y el corazón destrozado.
Aquella noche, en un descampado de Chamartín, sólo se oyeron los gemidos de María y José que lloraban por su “nene” perdido.


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