domingo, 22 de diciembre de 2013

Pasión blanca

He tenido que esperar poco, desde donde estoy veo aparecer a mi pareja de esta noche, hubiera sido difícil no percatarme de su llegada. Lleva un vestido blanco, de un blanco tan intenso que parece atraer la luz del local y reflejarla incrementada. Se acerca, con una sonrisa encantadora, y me da dos besos protocolarios; es la segunda vez que nos vemos, ayer fue la primera y apenas estuvimos juntos una hora tomando unas cervezas y charlando sobre cosas banales.

La cena es agradable, entre bocado y bocado consigo hacerla reír con anécdotas descabelladas. Llegan los cafés y miro como su mano mueve la cucharilla en la taza, poco a poco subo por su antebrazo, hombro y cuello, hasta cruzar con su mirada. Entonces la miro como se debe mirar a una mujer: con intensidad, entrega y devoción. Tuerce ligera, y coquetamente, sus labios diciéndome: “si sigues así me vas a asustar”

La señal ha sido inequívoca, así que paso a la acción y cojo sus manos con las mías con un movimiento suave de caricia, al mismo tiempo que cambio la mirada a “modo ternura”. La última muralla cae y sólo tengo que acercar mis labios a los suyos, primero con un beso etéreo, apenas imperceptible y cargado de promesas, para, a continuación, entregarle mis labios como si me fuera la vida en ello.

Tras largos minutos de leves caricias, miradas intensas y eternos besos pone suavemente una mano en mi mejilla y, con suave voz, me dice: “¿Dónde has estado escondido hasta ahora?” Entonces una sonrisa angelical brota en mi rostro, y, mientras mis ojos ponen “mirada de gatito”, contesto: “Te estaba esperando a ti”

Poco después salimos del local con mi mano en su cintura y su cabeza sobre mi hombro. Unos metros más allá la giro hacia mí y la beso con pasión. Noto que algo cambia, su respiración se vuelve entrecortada, su cuerpo tiembla ligeramente y su contacto se vuelve muy íntimo, como si se quisiera fundir conmigo.

El camino hasta mi apartamento más parece una competición de tresmil metros obstáculos que un paseo. Cada esquina, farola o escaparate supone un obstáculo de deseo, de intercambio, de fusión de dos almas que se atraen irremediablemente. Cuando, finalmente, llegamos puse un par de copas mientras ella lanzaba su escrutadora mirada alrededor.

Sólo hubo tiempo para un primer trago, nada más sentir el ardiente y benefactor líquido en nuestras gargantas nos lanzamos a una cruenta batalla en desvestir al contrario mientras nuestras manos, labios y dientes herían de placer al otro.

Tengo que, humildemente, reconocer que perdí el control o, para ser más exactos, y en contra de lo que suele ser habitual en cada uno de los aspectos de mi vida, dejé de tenerlo y durante muchos minutos fui un muñeco de trapo en sus manos. No porque me sintiera utilizado, ¡para nada!, me hizo sentir como un gran príncipe al que la mujer más maravillosa de la tierra dedicaba todo su esfuerzo para hacerle sentir el más alto placer ¡y vaya si lo consiguió!

Cuando ya, agotados, nos unimos en un intenso abrazo y mis caricias aplacaron la fiera que había en su interior percibí que mi visión era ligeramente borrosa, como si una tela blanca flotara sobre nuestras cabezas.

Y entonces lo supe, tuve la absoluta certeza de que…

¡¡el verdadero color de la pasión es el blanco!!

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