jueves, 5 de diciembre de 2013

Quizás


Érase una vez, un gatito callejero, escuálido como ninguno, desaliñado y torpón. Que, como tantos otros de su especie, fue abandonado en la calle un otoño. Desde entonces, andaba dando tumbos por ciudad, al principio se acercaba a todo aquello que tuviera dos patas; además de la comida, necesitaba las caricias y el mimo que una vez le prodigaron, pero poco a poco, a base de recibir palos, aprendió que aquellos seres tan altos y sabios no siempre estaban dispuestos a compartir cariño, por lo que finalmente sólo los huía.

Un buen día, descubrió a tres de estos seres tan extraños que se acercaban al lugar donde él dormitaba. La que parecía mandar en el grupo humano le llamó tiernamente y él, rápidamente, recordó lo que significaba esa llamada, la ternura que encerraba. Se acercó a ella expectante y, tras las primeras caricias, su ronroneo brotó muy de dentro, con el ansia de la necesidad.

Desde entonces el gatito Quizás disfruto de las charlas del humano, se extasió con el cariño que siempre brotaba de la humana y anheló no perder nunca de sus sueños la dulce sonrisa y mirada de la minúscula humana que siempre les acompañaba.

El origen de su nombre no está del todo claro, quizás fuera por su naturaleza felina, tantas veces desconocida para los humanos, que de ser tan distinta de la de los fieles perros, se la denominaba egoísta, cuando quizás era que los gatos, y aquel en concreto era un fiel exponente, daban por supuesto que el amor y cariño no es moneda de cambio, es un estado que siempre, independientemente de las circunstancias, está ahí, no hace falta demostrarlo a cada instante, quizás se lleva en la mirada o tan solo en el gesto, pero quizás, el gato Quizás esté equivocado…
 

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