Érase una vez, un gatito callejero, escuálido como ninguno,
desaliñado y torpón. Que, como tantos otros de su especie, fue abandonado en la
calle un otoño. Desde entonces, andaba dando tumbos por ciudad, al principio se
acercaba a todo aquello que tuviera dos patas; además de la comida, necesitaba
las caricias y el mimo que una vez le prodigaron, pero poco a poco, a base de
recibir palos, aprendió que aquellos seres tan altos y sabios no siempre
estaban dispuestos a compartir cariño, por lo que finalmente sólo los huía.
Un buen día, descubrió a tres de estos seres tan extraños
que se acercaban al lugar donde él dormitaba. La que parecía mandar en el grupo
humano le llamó tiernamente y él, rápidamente, recordó lo que significaba esa
llamada, la ternura que encerraba. Se acercó a ella expectante y, tras las
primeras caricias, su ronroneo brotó muy de dentro, con el ansia de la
necesidad.
Desde entonces el gatito Quizás disfruto de las charlas del
humano, se extasió con el cariño que siempre brotaba de la humana y anheló no
perder nunca de sus sueños la dulce sonrisa y mirada de la minúscula humana que
siempre les acompañaba.
El origen de su nombre no está del todo claro, quizás fuera por su
naturaleza felina, tantas veces desconocida para los humanos, que de ser tan
distinta de la de los fieles perros, se la denominaba egoísta, cuando quizás
era que los gatos, y aquel en concreto era un fiel exponente, daban por
supuesto que el amor y cariño no es moneda de cambio, es un estado que siempre,
independientemente de las circunstancias, está ahí, no hace falta demostrarlo a
cada instante, quizás se lleva en la mirada o tan solo en el gesto, pero
quizás, el gato Quizás esté equivocado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario