Nati caminaba presurosa por los pasillos del
supermercado, denotaba urgencia. Iba pensando en todo lo que le quedaba
por hacer antes de llegar a casa y era consciente de que hoy se había
impuesto demasiada tarea, así que algo tendría que dejar para mañana. Era su sino desde jovencita, dejar algo para mañana y el mañana era siempre.
Desde que se casó la urgencia se instaló en su vida. Su marido nada
hacía en el hogar, sólo trabajaba y eso cuando tenía trabajo,
agravándose con la llegada de los hijos. Así que, su enamoramiento se
fue apagando como quién apaga velas con los dedos, mojándolos para no
sufrir y cerrándolos en torno a la llama, pero que lo hace de una forma
consciente, no lo deja al azar de un soplido que puede que tengas que
repetir. Finalmente, se deshizo de cualquier servidumbre emocional y se
divorció.
Félix era un soñador, de esos que van por la vida con
la mirada perdida, casi flotando. Todo le parece bien, se amolda en
cada instante a cada circunstancia, sin prisas, ni urgencias, que le
alteren el ánimo, es, sin lugar a dudas, y a pesar de las malas
experiencias, un hombre feliz que toma todo en sorbos pequeños, sin
atragantarse, deleitándose en las experiencias y con las sensaciones que
en él despiertan.
Tiene un pasado peculiar, en materia
amorosa, siempre quiso y se dejó querer, pero nunca alcanzó el éxtasis
que supone sentirse enamorado. Sus romances poco duraban, ya que miraba y
admiraba a cualquier mujer que se le acercaba.
Nati y Felix
alargan la mano y cogen, al unísono, el mismo bote de la estantería del
supermercado. Se miran: ella con gesto hostil, como quien mira a un
competidor que llega al mismo tiempo a la meta; el con sorpresa, hay
algo en el rostro de esa mujer que le confunde, parece una amalgama de
todos los rostros femeninos a los que ha querido y ve los ojos de Elena,
la nariz de Marta, los pómulos de Eva… cada detalle le recuerda a otra.
Felix retira, lentamente, la mano del bote y pide disculpas –Lo siento, llegaste tú primero.
Nati, al oír esa profunda voz varonil, siente un escalofrío que le
recorre la espalda. Ahora se fija detenidamente en su rostro y le parece
estar viendo un ángel que transmite serenidad.
Sin reparar en ello, caminan juntos hacia la caja. Pasa ella y, mientras él lo hace, se demora repasando el ticket de compra.
Felix se detiene junto a Nati, espera a que le mire y pregunta –¿Tienes
tiempo para tomar un café. Ella apenas asiente con una dulce sonrisa en
su rostro. Caminan juntos, esta vez sí son conscientes de la presencia
ajena y más, mucho más, desde que un leve, y fortuito, roce de sus
antebrazos les electrifica, sintiendo, como si fueran imanes, una fuerte
atracción por el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario