Vuelvo a casa en el tren de cercanías y,
llegando a Alcalá, observo a través de la ventanilla el fabuloso
espectáculo que me ofrece la naturaleza. Una gran tormenta descarga con
pavoroso esplendor sobre los Cerros, casi parece que el cielo se va a desplomar allí.
Imagino a esas nubes descargar lluvias torrenciales sobre el baldío,
cortados, laderas y vaguadas de los Cerros y cómo se forman torrenteras
que arrasan todo a su paso, arrastrando arcillas, calizas, yesos y
margas, modificando los barrancos y cincelando los abruptos cortados, de
nuevo, como ha venido ocurriendo durante milenios.
Hoy, una
vez más, un alma angustiada se ha cruzado en mi camino. Durante su
existencia, al igual que los Cerros, ha recibido lluvias torrenciales de
emociones incontroladas que han cincelado su carácter y que han
horadado cada uno de los aspectos que conforman su personalidad. Tras
horas de una intensa y agotadora lucha he conseguido que se enfrente a
su reflejo, que se produzca la catarsis necesaria para el reconocimiento
de su orografía e inicie el arduo camino que le espera hasta conseguir
aceptarse, quererse y transmitir “¡yo soy así!”. El resto de nosotros, a
su alrededor, podremos contemplar otro único y maravilloso paisaje en
armonía.
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