Sopla un fuerte viento, previo a la tormenta, y
luchamos contra él, codo con codo, sujetando el gran toldo que vuela
libre y amenaza con partir muy lejos, te miro y te veo dulce y serena,
toco tu mano y ese simple roce me conecta aún más a ti,
nos concentramos en la tarea y avanzamos otra cuarta, sujetamos y
atamos… y te miro, me deleito con cada uno de tus movimientos y te
disfruto, como se disfruta la esencia de un perfume, la calidez del sol
primaveral o cualquier sensación tangible, grata e imborrable, eres tú
y, a la vez, formas parte de mí.
Cuando acabamos, y nos reímos
de lo pasado y por pasar, te vuelvo a mirar como si fuera la primera
vez, embelesado, como quien ve un milagro ante sus ojos, acaricio tu
mano y sonríes, con esa sonrisa tan tuya, tan admirable, tan angelical
y, a la vez, traviesa, y el tiempo se detiene, como se detiene a cada
instante que estoy contigo, atesorando en mi memoria cada sensación.
Cuando, ya de madrugada, me empieza a vencer el sueño, revivo esas
sensaciones y en mi rostro se dibuja una sonrisa de felicidad, un día
más a tu lado, un paso más en nuestro caminar…
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