lunes, 2 de agosto de 2010

Los palillos bailarines

Hace ahora, exactamente, un año que David paseaba por un mercado medieval. A primera vista, y para aquellos que aún no se hayan sumergido en uno de estos eventos que aturden los sentidos, con sus olores y sabores: a pan recién hecho, chorizos y morcillas, quesos, dulces…; con sus colores: capas y vestidos, tenderetes, banderolas…; con sus ruidos: el martillear del herrero en el yunque, graznidos de aves rapaces, taberneros anunciando sus viandas, artesanos vociferantes, los cascabeles de las bailarinas, el son del tambor…; y toda suerte de emociones con los malabaristas, serpientes multicolores, recuas de burros, el zoco árabe… era, como decía, para David, uno más entre los ya visitados, hasta que algo le llamó la atención en un puesto de artesanía.

Nada parecía diferenciarlo del resto, exponía el artesano pequeñas obras en madera: la típica espada y escudo para solaz de la chiquillería, juegos diversos de habilidad e ingenio, para aquellos que, como David, gustan de los retos, pequeñas figurillas de animales que parecen a punto de cobrar vida, palos y palillos de diversos colores…

Se fijó David, quizás por aquello del signo zodiacal, en un pequeño león, apenas más grande que una nuez, y sin poder reprimir el impulso lo cogió con dos dedos, o, al menos, esa era su intención, ya que la pequeña talla de madera cobró vida y saltó dando un rugido tan real que, instintivamente, nuestro querido amigo, retiró la mano. El león volvió a adoptar la postura primigenia que le había asignado el artista.

David miró alarmado al artesano, pero éste tenía la cabeza agachada trabajando en alguna obra, miró, también, a sus amigos, pero ellos estaban distraídos con una esbelta y provocativa bailarina árabe. Se dijo a si mismo: “Va, habrá sido una ensoñación”.

Pero como natural es de suyo, y en su personalidad está afianzada la curiosidad, acercó esta vez la mano a un mono del mismo tamaño. La sorpresa repitió con presteza en su ánimo, ya que, al punto de casi tocar la figurilla, ésta saltó sobre su mano, haciendo gestos y chillando, cual chimpancé enrabietado. Más sereno esta vez, David, posó suavemente al simio sobre la mesa y llamó la atención de, a su parecer, tan maravilloso artesano.

“¿Cuánto cuestan estas figurillas tan especiales?”, preguntó señalando a las ya descritas. “No están en venta” respondió con voz calmada el aludido, “¿y eso a qué es debido?”, quiso saber David, a lo que fue respondido, “En realidad nada está en venta, no sabría que precio poner y tampoco de nada me quiero desprender”, “¡Vaya, qué lástima!” exclamó, con un punto de desconsuelo, David.

“De todas formas”, prosiguió el artesano, “y dado que hoy cumples años ¿verdad?”, a lo cual, como podréis comprender buenamente, respondió, con gran sorpresa, David, “y eso ¿cómo lo sabes?”, “fácil es responder, ya que me lo ha dicho el león... y, como te decía, que no queriendo que, en este día tan señalado para ti, te vayas con las manos vacías, un regalo te voy a hacer”, tras lo cual cogió entre sus manos dos palillos de colores, de unos cinco centímetros de largo y medio de ancho, rematados por tres pequeñas láminas de madera, a modo de dedos finales.

“Verás, a estos palillos bailarines les tengo un especial cariño, ya que, en esas noches en las que la soledad hace mella en mí, toco con ellos alguna melodía sobre la mesa y ellos, que son así de inquietos, la repiten una y otra vez hasta que les enseño otra”. David, que no podía, a pesar de las maravillas vistas, dar crédito a las palabras de tan diestro, y mágico, carpintero, cogió entre sus manos aquellos pequeños bailarines y, al punto, los puso sobre la mesa, iniciando un tímido redoble de tambor. Su sorpresa creció cuando, una vez finalizado su pase, los palillos repitieron el repiqueteo machacón.

Con una gran sonrisa en el rostro, David, agradeció tan preciado presente y, con los palillos bailarines en una mano y marcando un ritmo actual en la otra, se fue tras sus amigos, perdiéndose entre el gentío.

Muchos de vosotros, llegados a este punto de la historia, habréis exclamado “¡Paparruchas!”, que, no siendo para menos, para el común de los mortales, más parece una fabulación infantil, que de un hecho cierto historia fuese. Pero no amigos y amigas, soy testigo veraz en esta parte.

Allá por el mes de abril, tal que un día como el 11, conocí a este gran personaje llamado David, en Madrid, muy lejos de sus reales, o republicanos, dominios. Fuimos, los ya mencionados, y varios amigos y amigas más, a ver un evento deportivo, de esos que, varias veces al año, representan el “Partido del Siglo”, en un bar, que el azar, por no decir la imprevisión, puso en nuestro camino.

Ahorrarme quiero los detalles del evento en sí mismo, más por escozor de los colores que por mala memoria al fin. Pude observar, volviendo al caso que nos ocupa, que, varias veces, durante el encuentro, David, se llevaba la mano al bolsillo, y de él extraía unos palillos de colores, con los cuales daba en su otra mano. Mucha importancia no le dí al hecho, ya que pensé que era una forma, como otra cualquiera, de aliviar la tensión que todos experimentábamos. Pero una vez acabado el partido, y cuando ya íbamos andando por la calle, oí un sonido ahogado que parecía provenir del pantalón de David. Este, al ver mi mirada inquisitiva, se llevó la mano al pantalón, sacando los palillos que antes había visto, llevándoselos a la mano y, ellos solos, repiqueteando esa canción que dice…

“Tot el camp
es un clam
som la gent Blau Grana
Tan se val d'on venim
Si del sud o del nord
ara estem d'acord
estem d'acord
una bandera ens agermana…”