viernes, 31 de octubre de 2014

La fiesta de Halloween

Cuando Romeo llegó a la fiesta de Halloween lo primero que pensó, tras echar un vistazo general, era que la había fastidiado. La mayor parte de los asistentes iban fabulosamente disfrazados y él apenas había cuidado el suyo, sólo se había puesto una camiseta y un pantalón negros y se había pintado alrededor de los ojos con rayas blancas y negras y unas gotas de sangre. Como ya no tenía arreglo se encogió de hombros y se dedicó, con una cerveza en la mano, a transitar entre zombis, dráculas, momias, brujas… asintiendo ligeramente con la cabeza a los saludos que le dirigían.


Al separarse dos piratas que tenía delante le dejaron a la vista una imagen singular. Sola, debajo de una farola, entre un contraste de luz y sombras, se situaba lo que parecía una “viuda alegre”: zapatos de aguja, medias, vestido, una cuarta por encima de la rodilla, con muchos velos y una abertura lateral que quitaba el hipo, todo de un riguroso negro. Especialmente llamativo era el tocado que llevaba, con un velo negro que apenas disimulaba la gran belleza de su rostro.

Algo chisporroteó en su cerebro, como si se hubiera producido un cortocircuito. A sus años ya había visto muchas bellezas y cuerpos esculturales, pero ahora, ante esta mujer, se quedó bloqueado, prendado y paralizado durante muchos minutos. Cuando consiguió hacer reaccionar a sus piernas, se acercó a ella, dedicándole la más cautivadora de sus sonrisas y le dijo ─¿Truco y trato?, respondiendo ella ─Será truco o trato ¿no?, acaparador.

Romeo se tomó unos instantes antes de contestar ─No, lo he dicho bien, contigo quiero truco y trato. Truco porque a partir de este instante sólo tendré ojos para ti, dedicaré todos mis esfuerzos y saber en conquistar tu corazón, en hacer que el mundo a tu alrededor te parezca un paraíso, en hacerte feliz cada instante de tu vida, en conseguir que las horas que no estés a mi lado se te hagan eternas porque tu máximo deseo será estar junto a mí, en enamorarte con locura, en cuidarte, protegerte y mimarte como jamás hombre alguno lo habrá hecho. Y te propongo un trato, te prometo que todo lo anterior será así durante el resto de nuestras vidas, pero si no cumplo, y no eres feliz a mi lado, te rogaré que cortes mi cuello con un cuchillo afilado y acabes con mi vida, ya que sin ti no tendría sentido seguir viviendo.

La viuda, emocionada por aquellas palabras, se levantó el velo y besó a Romeo con pasión, totalmente entregada.

Durante el resto de la fiesta estuvieron juntos, alegres y felices, charlando y bailando; hasta que él la cogió por la mano y la introdujo por una puerta, llevándola a un pasillo en semioscuridad. Allí hicieron el amor como si el mundo se fuera a acabar, con desesperación, con pasión y entrega. Cuando acabaron, ella se encontraba a horcajadas sobre él y con el velo caído, se giró levemente hasta ver donde estaba su bolso, lo cogió y extrajo un cuchillo grande y afilado, que puso sobre la garganta de Romeo.

Romeo puso cara de espanto y, apenas con hilo de voz, dijo ─¿Tan pronto te he hecho infeliz?, a lo que ella contestó, apretando más el cuchillo sobre su garganta ─Mira que te dije, antes de salir de casa y venir a la fiesta, que te deberías disfrazar mejor, que así ibas a dar el cante por descuidado. Así que con esto hago trato y te corto ahora mismo el cuello, acompañando sus palabras con el gesto de cortar la garganta de Romeo.

Entonces ambos soltaron una carcajada y se volvieron a besar con pasión.

sábado, 11 de octubre de 2014

A través del cristal

Hola Papá, te estoy mirando a través del cristal del bar en el que estás y te acabo de ver por primera vez, después de mucho buscarte. Esto, durante años, me lo he imaginado de cientos de formas distintas, pero nunca así, ¡qué diferente la realidad de los sueños! ¿verdad?

Desde que tengo uso de razón te he imaginado y soñado, te he sentido, te he necesitado... En ocasiones eras como un héroe de película: alto, fuerte, guapo…, que venía a salvarnos, a mi madre y a mí, de peligros horribles; en otras eras famoso: un actor, un deportista, un intelectual, un político… que hacías que nuestra vida, sencilla y con apuros, cambiara a otra de ensueño; en muchas otras eras sólo un hombre normal, pero un marido ejemplar y un padre fabuloso. Desde que era pequeño te he imaginado contándome cuentos e historias, jugando al futbol conmigo, yendo de paseo, alabando mis notas del colegio, peleando en la cama entre risas…

Cuando le preguntaba a mi madre por ti sólo recibía un «no sé nada de él». Nunca comprendí lo que te llevó a alejarte de nosotros. Tenías una mujer bella, enamorada, sensible, cariñosa, trabajadora, entregada y mil cualidades más, y yo era tan pequeño que nada te pude hacer para que no me quisieras ¿o sí? Tantas veces me he culpado de ello, tantas veces he sentido que yo fui el culpable, que siempre me ha acompañado la sensación de ser algo horrendo de lo que había que apartarse porque hasta que yo no llegué al mundo fuisteis un matrimonio feliz ¿qué cambió con mi llegada?

Te he querido y odiado a partes iguales, pero ahora, que te he visto, ni lo uno ni lo otro, ese vacío tan inmenso que sentía en mi interior se ha llenado con calma y, en mi corazón, sólo queda hacia ti un ligero desprecio y un toque de pena hacia un pobre hombre que no supo o no quiso ser feliz a nuestro lado.

Adiós Papá, la lágrima que corre por mi mejilla será lo último que me une a ti, cuando caiga al suelo habré dejado atrás una infancia desdichada por tu ausencia y seré una persona nueva, con ilusiones reales y con una madre maravillosa que me ha querido en cada instante de mi vida.

jueves, 9 de octubre de 2014

Tu amor por siempre

Te ruego que leas esta carta con detenimiento, con la mente y corazón abiertos, ya que, aunque pueda parecer una locura, todo lo que te cuento aquí es verdad, mi verdad… nuestra verdad.

La pena que me fue impuesta es como una losa que me aplasta desde hace siglos, sufro un castigo inhumano del cual soy el único culpable. Te he buscado a través del tiempo y del espacio sin éxito, tantas y tantas veces he llegado tarde o demasiado pronto que ya parece interminable, pero sé que esto sólo acabará cuando repare el daño que te hice.

Cuando te conocí, por primera vez, ambos éramos muy jóvenes, hacía poco que habíamos dejado la adolescencia atrás, a mí se me podía considerar lo que hoy se llama un donjuán: alto, apuesto, con don de gentes, muchas ganas de comerme el mundo y, sobre todo, con una ansia inacabable de conquistar mujeres bellas. Fuiste una más en mi larga lista de conquistas. Eras muy bella, con una cara angelical, inocente, afectuosa, … En cuanto te vi, supe que tenías que ser mía y a ello me puse, empleando todo mi saber, con: miradas, gestos, poesías, promesas, bonitas palabras… Hasta que conseguí enamorarte y tenerte en mis brazos. Después, y como hacía siempre, te abandoné, buscando otros horizontes que conquistar.

La noche en la que, en sueños, recibí la visita de tu alma atormentada, por la pena y el desamor, tras haber dado fin a tu vida, la revivo a diario desde entonces. En tu mirada la angustia, en tu gesto la desesperación y en tus labios sólo un «¿por qué?». El maleficio que se produjo en ese instante dejó mi alma enganchada a la tuya y mi cuerpo inmune al paso del tiempo, pronto supe que tendría que buscarte por toda la eternidad hasta volver a conquistar tu amor y serte fiel y amarte hasta el último día de mi vida.

Mi alma vibraba cuando la tuya se reencarnaba, entonces se iniciaba mi búsqueda, ciudad tras ciudad, país tras país, hasta encontrarte. La primera vez llegué tarde y te hallé en tu lecho de muerte, siendo ya anciana; la segunda, ya estabas felizmente casada y enamorada y, en vano esperé a tener una posibilidad; en la siguiente te perdí la pista varias veces; hubo varias en las que ni te llegué a encontrar; y pasaron los siglos y a cada reencarnación tuya mi tormento aumentaba; hasta hoy, que te he vuelto a encontrar.

Te resultará difícil creer mi historia, pensarás que estoy loco y que lo mío sólo son delirios de una mente enferma o, peor, una estratagema burda y falaz para tenerte. Sólo te pido que me des una oportunidad, eres el amor de mi vida, de mi eternidad, y sólo vivo por y para ti, mi alma sin la tuya no es nada.

Te suplico que, cuando leas estas líneas escritas con el corazón, consultes a tu alma y que busques en lo más profundo de tu ser si sientes que algo de lo que aquí digo te resulta reconocible; así, cuando esta tarde me acerque a ti, te mire, como sólo se mira a quien se adora, y me presente, dame una oportunidad de volver a conquistar tu corazón en esta vida.

Atentamente, tu amor por siempre.