martes, 19 de mayo de 2015

Vamos

La tenue y parpadeante luz, de un fluorescente en mal estado, apenas iluminaba el pasillo por donde ella caminaba, como en cámara lenta, arrastrando una maleta. Acababa de abandonar el piso que había compartido con su pareja durante cuatro años, la mayor parte de ellos felices, pero, de un tiempo a esta parte, no se sentía querida o, al menos, no tanto como ella le quería a él. Seguía enamorada de la persona que la conquistó con sus palabras, gestos y cariño, que la sorprendía a menudo y la colmaba de atenciones, que la miraba como nadie antes lo había hecho. Era el hombre de su vida, el que supo sacarle una sonrisa hasta en los momentos más tristes, el que la apoyo en los momentos difíciles y al que siempre sintió cercano y accesible.

Hasta hace unos meses, cuando empezó a mostrarse taciturno y distante. Al principio sólo parecía, o eso aseguraba él, estrés en el trabajo, con una carga excesiva de horas extras sin retribuir y unas condiciones laborales que se deterioraban día a día. Llegaba a altas horas de la noche sin dar explicaciones, se ausentaba algún fin de semana y, lo que le resultaba más mortificante a ella, apenas hablaban, sólo unos ásperos monosílabos para las cuestiones cotidianas.

Ella llegó a pensar que ya no la quería, que estaba con otra y que, en cualquier momento la dejaría. Intento, sin éxito, hablar con él y transmitirle sus preocupaciones, pero él siempre daba vagas excusas y dejaba aparcado el tema para cuando estuviesen más tranquilos.

Finalmente, la noche anterior, le conminó a que le contara lo que le sucedía con ella, le lanzó muchos porqués, mientras él se limitaba a mirarla y a negar cualquier relación o cualquier pesar, a excepción de sus problemas laborales. Pasó la noche en blanco sin saber qué hacer o qué más decir y, cuando él se levantó y se marchó para ir al trabajo, la desesperación se apoderó de ella. Tomó la maleta y la llenó, sin orden alguno, saliendo del piso dando un portazo.


El recorrido hasta el ascensor le pareció una eternidad, quizás por la tormenta que era su mente o, tal vez, por la angustia que atenazaba su corazón. Cuando la puerta del mismo se abrió con un chasquido, tiró de la maleta hacia el interior sin levantar la cabeza, así que lo primero que vio fueron los zapatos y según la fue levantando iba reconociendo a su portador. Era él que la miraba estupefacto, anonadado al darse cuenta de la situación y de lo que suponía. Su sonrisa inicial se borró con un rictus de amargura y de sus ojos brotaron dos lágrimas que recorrieron su cara hasta caer sobre la maleta que se interponía entre los dos.

Él levanto la mano que tenía en el costado y le extendió el ramo de flores que llevaba, mientras decía: “eres la mujer de mi vida y te quiero con locura, vamos a casa y hablemos todo el día o tanto como lo necesitemos, he llamado al trabajo y he pedido unos días de vacaciones”

Ella también lloró, de manera desbordada, apoyando su cabeza en el pecho de él. Cuando consiguió calmarse, y él dejó de rodearla con sus brazos, dijo: “vamos”


A Antón el paso del tiempo le había tratado bien, con poco más de cuarenta años se sentía en plenitud física y su aspecto serio y sereno le daba cierto atractivo.

Desde muy niño le habían inculcado que el estilo y el saber estar lo eran casi todo en la vida. Siendo, como era, de familia de la alta burguesía tuvo una infancia, en lo económico, fácil y rutilante, pero no tan así en lo emocional que fue, diciéndolo suavemente, austera. De su padre, hombre de carácter firme, sólo recibió consejos e improperios, casi a partes iguales; de su madre, mujer de natural belleza pero de endeble salud, ensimismada y ausente, sólo recibió excusas y desplantes cuando se le acercaba en busca de cariño.

Muy pronto abandonó el hogar familiar, donde se sentía asfixiado y poco querido, colocándose como mando intermedio en una multinacional. Se dedicó íntegramente al trabajo y al placer, olvidándose de su familia. Tuvo multitud de parejas, todas de escasa duración. Era incapaz de expresar sus emociones, de dar cariño y de mantener una relación afectiva, rompiendo a los primeros síntomas de enamoramiento por la otra parte.

Hasta que conoció a Pamela. Físicamente era una mujer normal, con atractivo latino, pero en lo emocional le pareció sobrehumana por su capacidad para expresar emociones, dar cariño, ser atenta y estar casi siempre alegre. Se convirtió en su oasis o su paraíso, cada momento pasado a su lado era un disfrute y le hacía sentirse el hombre más privilegiado de la tierra. Cuando descubrió que se había enamorado no se lo podía creer, él que era de corazón de hielo. Se obligó a sí mismo a una reeducación emocional y, poco a poco, aprendió a mostrar cariño, amor, entrega y dedicación.

Hasta que, hace unos meses, todo dio un vuelco. Recibió una llamada de su padre en la que le comunicaba que su madre estaba grave en el hospital. Cuando la vio postrada en la cama, inerme y sin conocerle, los recuerdos del pasado retornaron. Durante las siguientes semanas su corazón y su mente fueron un torbellino, sintiendo dolor y pena por su madre, angustia contenida cada vez que se cruzaba con su padre y percibiendo como, poco a poco, su relación con Pamela se deterioraba. No podía y no quería hacerla participe de sus penas. Iba al hospital siempre que podía y pasó algunos fines de semana sentado al lado de su cama, cogiendo su mano, acariciándola y contando, aunque ella no pudiera oírle, lo que había sido su vida todos esos años, pero, sobre todo, le habló de Pamela.

El tiempo fue pasando y ni su madre, ni su relación de pareja, mejoraron. La noche anterior ella le conminó a que le contara lo que le sucedía, pero fue incapaz de expresarse y, como mentira piadosa o escapada fácil, se limitó a relacionarlo con sus problemas laborales. En la cama no pudo pegar ojo intentando ordenar ideas y emociones, notaba como Pamela se revolvía inquieta a su lado, muchas veces estuvo a punto de alargar su mano y acariciarla y empezar a explicar lo que le ocurría. Cuando sonó el despertador fue como si de golpe todas las piezas encajaran. Se vistió, tomó un café rápido y no paró hasta encontrar una floristería abierta.

Ahora, en el ascensor, de vuelta a casa con un ramo de flores en la mano, tenía su mente y su corazón en orden y estaba preparado para abrirse a Pamela. En el mismo instante que se abrió la puerta y la vio, entrando en el ascensor, con la cabeza baja y una maleta en la mano, fue consciente del enorme daño que la había provocado y, como en una presa a la que le abren las compuertas, sus emociones se desbordaron y unas lágrimas brotaron de sus ojos.

Alargó su mano, con el ramo de flores, hacia ella y le dijo: “eres la mujer de mi vida y te quiero con locura, vamos a casa y hablemos todo el día o tanto como lo necesitemos, he llamado al trabajo y he pedido unos días de vacaciones”

Ella también lloró, sobre su pecho, mientras la abrazaba. Cuando se separó de él dijo: “vamos”

Pamela salió del ascensor y en un gesto reflejo dejó la maleta a los pies de Antón, como diciéndole: “ahí tienes nuestra relación ¿eres capaz de llevarla?”. Antón cogió la maleta y fue detrás de ella, teniendo muy claro cuánto la quería y cuánto la necesitaba y sabiendo que se entregaría a ella de por vida.



lunes, 18 de mayo de 2015

Que no pare el amor

Hay amores que van por otros derroteros que los que recita el poeta o los agoreros; hay amores cansinos de los que dicen ven y que luego tan mal te tratan, para volverte a decir que eres su amor y que, ahora sí, tendrá tino; hay amores fugaces, como una estrella en la noche, que duran un suspiro y que antes de que los atenaces se van como un tiro; hay amores eternos que duran hasta el invierno, pero que, si llegan al verano, se convierten en un infierno y ya ni te dan la mano; hay amores secretos de los que nadie se entera porque son discretos, ya que si se supiera les pone en un aprieto; hay amores golosos, de miradas tiernas y palabras suaves, tan cariñosos que casi dan grima porque parece de pantomima; hay amores tormentosos, sofocantes, esplendorosos y delirantes; y por haber, hay amores pasionales que destrozan el mobiliario como si fueran bacanales; también los hay prohibidos, otros con trampa y hasta los hay verdaderos; por tener, se tienen amores rotos, lejanos o perdidos y ¡ay, de aquel no correspondido! o el que se quedó en platónico o fue un escaparate... Todos tuvimos uno de cada, sino en esta vida sería en la pasada o quizás en nuestros sueños o en nuestras pesadillas.

Después de todo, habrá que decir ¡que no pare el amor! que, aunque sea pobre, tenue o ligero, es nuestro motor.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Y lo demás... en el olvido

Una papelera quemada
para las emociones usadas,
un armario en el vestidor
para los recuerdos desvaídos
un gran baúl en el trastero
para los deseos incumplidos.


A diario, saborea su amor,
sus dulces besos encendidos,
sus miradas de puro deseo
y lo demás… en el olvido.


La calle, tétrica y oscura,
al alba quedará iluminada
y hasta la maldad, casi pura,
que hiere al corazón aún dormido,
con bondad será desarmada,
sintiéndose, por siempre, querido.


A diario, saborea su amor,
sus dulces besos encendidos,
sus miradas de puro deseo
y lo demás… en el olvido.