jueves, 9 de octubre de 2014

Tu amor por siempre

Te ruego que leas esta carta con detenimiento, con la mente y corazón abiertos, ya que, aunque pueda parecer una locura, todo lo que te cuento aquí es verdad, mi verdad… nuestra verdad.

La pena que me fue impuesta es como una losa que me aplasta desde hace siglos, sufro un castigo inhumano del cual soy el único culpable. Te he buscado a través del tiempo y del espacio sin éxito, tantas y tantas veces he llegado tarde o demasiado pronto que ya parece interminable, pero sé que esto sólo acabará cuando repare el daño que te hice.

Cuando te conocí, por primera vez, ambos éramos muy jóvenes, hacía poco que habíamos dejado la adolescencia atrás, a mí se me podía considerar lo que hoy se llama un donjuán: alto, apuesto, con don de gentes, muchas ganas de comerme el mundo y, sobre todo, con una ansia inacabable de conquistar mujeres bellas. Fuiste una más en mi larga lista de conquistas. Eras muy bella, con una cara angelical, inocente, afectuosa, … En cuanto te vi, supe que tenías que ser mía y a ello me puse, empleando todo mi saber, con: miradas, gestos, poesías, promesas, bonitas palabras… Hasta que conseguí enamorarte y tenerte en mis brazos. Después, y como hacía siempre, te abandoné, buscando otros horizontes que conquistar.

La noche en la que, en sueños, recibí la visita de tu alma atormentada, por la pena y el desamor, tras haber dado fin a tu vida, la revivo a diario desde entonces. En tu mirada la angustia, en tu gesto la desesperación y en tus labios sólo un «¿por qué?». El maleficio que se produjo en ese instante dejó mi alma enganchada a la tuya y mi cuerpo inmune al paso del tiempo, pronto supe que tendría que buscarte por toda la eternidad hasta volver a conquistar tu amor y serte fiel y amarte hasta el último día de mi vida.

Mi alma vibraba cuando la tuya se reencarnaba, entonces se iniciaba mi búsqueda, ciudad tras ciudad, país tras país, hasta encontrarte. La primera vez llegué tarde y te hallé en tu lecho de muerte, siendo ya anciana; la segunda, ya estabas felizmente casada y enamorada y, en vano esperé a tener una posibilidad; en la siguiente te perdí la pista varias veces; hubo varias en las que ni te llegué a encontrar; y pasaron los siglos y a cada reencarnación tuya mi tormento aumentaba; hasta hoy, que te he vuelto a encontrar.

Te resultará difícil creer mi historia, pensarás que estoy loco y que lo mío sólo son delirios de una mente enferma o, peor, una estratagema burda y falaz para tenerte. Sólo te pido que me des una oportunidad, eres el amor de mi vida, de mi eternidad, y sólo vivo por y para ti, mi alma sin la tuya no es nada.

Te suplico que, cuando leas estas líneas escritas con el corazón, consultes a tu alma y que busques en lo más profundo de tu ser si sientes que algo de lo que aquí digo te resulta reconocible; así, cuando esta tarde me acerque a ti, te mire, como sólo se mira a quien se adora, y me presente, dame una oportunidad de volver a conquistar tu corazón en esta vida.

Atentamente, tu amor por siempre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario