Cierro los ojos suavemente, muevo las manos
por mi pecho y las detengo en el esternón. Imagino que soy un cirujano y
que con un haz invisible perforo los tejidos hasta llegar a mi corazón.
Mi ser se convierte en éter y penetro por la incisión realizada en la aurícula derecha.
La visión que se me ofrece es espectacular, el flujo de sangre
procedente de todo el cuerpo penetra por allí, en esa gran cavidad. Las
paredes están llenas de fluorescencias de diversos colores: azules,
verdes y amarillos, todos con tonos sutiles, casi apagados. Me acerco a
una de ellas y percibo que es un antiguo recuerdo de mi infancia, sigo
con otro y me veo disfrutando de un día de acampada, el siguiente es el
rostro de mi primer amor de juventud, otro más, el nacimiento de mi
hija… todos ellos están unidos a las paredes del corazón por unas finas
líneas de luz por las que, del recuerdo, salen emociones que transmiten
energía al corazón.
Tras reconocer varias docenas de recuerdos,
paso al ventrículo derecho y lo que veo es muy similar, pero los tonos
de los recuerdos sujetos a las paredes son mucho más intensos,
brillantes y, algunos, deslumbrantes, son recuerdos recientes. Aquí veo,
casi alineados en proximidad, el fallecimiento de varios familiares,
las vacaciones del verano pasado… todos recuerdos recientes. La energía
que transmiten las emociones allí acumuladas es intensa, a veces con
grandes fogonazos, otras con un continuo fluir. Cerca del final, pegados
a la gran compuerta de la válvula pulmonar, están los recuerdos muy
recientes y unos cuantos destacan sobre los demás por su luminosidad: el
día en el que la conocí, su sonrisa y su amabilidad; sus primeros
mensajes; oh! cuando la vi por segunda vez… este recuerdo lo toco y casi
quema de intenso y preciado; sus dedos entrelazando los míos; el primer
beso… a este le envuelven muchos sentimientos: euforia, tensión,
gloria… Casi no puedo apartarme de allí, el éter que ahora soy transita
por la felicidad vivida como si fuera una droga.
No atravieso
la válvula, penetro, a través del tejido, en el ventrículo izquierdo,
donde la sangre entra de un color rojizo intenso, viene, desde la
aurícula izquierda, cargada de oxígeno de los pulmones. Allí las paredes
están plagadas de deseos e ilusiones como la sangre que recorrerá mi
cuerpo dándole vida. Los colores son rojos, naranjas, dorados… unos más
intensos que otros, allí veo el fin de semana que viene, las vacaciones
del próximo verano, sonrisas, alegría, fortuna… más allá mi hija en la
universidad, casada, nietos… Pero me vuelve a ocurrir lo mismo, esta vez
con los más cercanos: hoy cuando la vea a ella y pueda tocar su
mejilla; este fin de semana junto a ella disfrutando con unos amigos;
paseando con ella por la playa… Sé que tengo que salir, pero me cuesta,
la atracción a permanecer allí me domina…
Debo volver a la
realidad, a disfrutar de todos y cada uno de los instantes vividos que
serán preciados recuerdos, recibiendo la descarga de las emociones en mi
corazón y cargándolo de deseos e ilusiones.
Por fin salgo, me materializo… y sonrío.
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