miércoles, 10 de septiembre de 2014

Belest

Dicen que, durante el reinado de Intef III, quinto faraón de la dinastía XI de Egipto, el Gobernador de los Desiertos del Este tuvo una hija, llamada Belest, con un rostro de aspecto físico nada agradable a sus contemporáneos. Esto, en sí mismo, no sería noticia, ni siquiera se podría considerar cotilleo, si no fuera porque con el paso de los años la pobre criatura de tanto verse caricaturizada se quedó traumatizada y, en su adolescencia, tras quedar prendada, y profundamente enamorada, de Mentuhotep, hijo del faraón, inició una búsqueda desesperada de algún remedio que reparara el desaguisado cometido por la naturaleza con ella.

Pasó horas rezando a Anubis, patrón de los embalsamadores, y probando todos aquellos remedios que los sacerdotes la ofrecían. Su carácter se fue agriando, hasta tal punto que su crueldad se hizo famosa tras ordenar el sacrificio de un sacerdote que se avino a punzar su rostro con una sustancia milagrosa, quedando sus labios y pómulos hinchados.

Tras ello, el sumo sacerdote tomó cartas en el asunto, ordenando que fuera envenenada y preparando él mismo las fórmulas mágicas necesarias, recogidas en el Libro de los Muertos, para que, cuando el espíritu de Belest llegara a la Sala de las Dos Verdades, no obtuviera un resultado favorable o desfaborable y no fuera llevado ante Osiris, ni ante Ammit y su espíritu encerrado en una botella, que él mismo lanzó al mar, vagara por toda la eternidad sin sosiego.

Por azar o por destino, que nunca se podrá estar seguro, la botella vagó durante miles de años por incontables mares y océanos, hasta que (formando esto ya parte de las leyendas urbanas de nuestro tiempo), la misma, fue a parar a una playa gaditana, dónde una joven madrileña la recogió y abrió, saliendo el espíritu de Belest y entrando ella.

Dicen que el maleficio se apoderó de la joven y, también dicen las malas lenguas, que el nombre de esa madrileña es Belén Esteban, pero ya sabéis lo que pasa con las leyendas urbanas, y con la maledicencia de la gente, que todo parecido con la realidad es pura coincidencia.

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