martes, 29 de septiembre de 2015

La Pepi

Aún con la tranquilidad que le daba el tener todo planificado, y la firmeza de su decisión, se encontraba algo nerviosa. Los minutos previos a la apertura de puertas del centro comercial, el primer día de las rebajas, se le hicieron eternos y en nada ayudaba la gran aglomeración que tenía a su alrededor, sólo la tranquilizaba, cuando metía su mano en el bolso, el tacto suave y ligero del objeto que portaba como un tesoro.

Cuando se abrieron las puertas apretó con fuerza el bolso contra su pecho y corrió con decisión entre la marabunta. Después de tres requiebros y varios empujones llegó a la sección de lencería, consiguiendo coger un par de sujetadores y, con los codos extendidos, se abrió paso hasta la cercanía de la caja, donde se encontraba su objetivo: el jefe de la sección.

Se detuvo a unos metros de él y levantó con la mano izquierda los sujetadores, llamando su atención con un potente –Por favor, me atiende un momento–. Entonces la escena la vivió a cámara lenta, quizá debido a la gran cantidad de adrenalina que circulaba por su cuerpo. Vio como él daba el primer paso y ella metía su mano derecha en el bolso, sacando el objeto oculto en su mano cerrada y lo lanzó suavemente, sin ser vista, a la trayectoria por la que debería pasar el pie derecho de él. En ningún momento dejó de mirarlo y de sonreír.

El objeto se detuvo en su destino y medio segundo después el pie de él lo pisó, perdiendo el equilibrio de forma aparatosa, levantando exageradamente la pierna de apoyo, cayendo de espaldas con gran estruendo y rebotando su cabeza contra el duro suelo.

Se lanzó hacia él, arrodillándose a su lado. Ella sabía que su desvanecimiento era momentáneo, pero aun así siguió con su plan, gritando para que la gente se apartara y le dejaran respirar. Cogió la cabeza de él entre sus manos, no sin antes retirar el objeto del suelo para no dejar pruebas, puso una mano en la frente y otra en el mentón, tapó su nariz y, posando suavemente sus labios en los de él, le ventiló artificialmente. Antes de que le realizara compresiones torácicas él recobró la conciencia y lo primero que vio fue, a escasos centímetros de su boca el rostro sereno, dulce y sonriente de ella.

Todos los que habían formado un corro alrededor de ellos prorrumpieron en aplausos, felicitándola a ella por su rápida reacción y a él por haber sido salvado por aquel ángel.

Tras incorporarse, él cogió sus manos y, después de muchas palabras de agradecimiento, le dijo que le gustaría invitarla a cenar. Ella asintió, acrecentando su sonrisa, y le dio su número teléfono.

Cuando volvió a salir del centro comercial su cara no podía expresar mayor felicidad, su plan había funcionado y sólo le quedaba cerrar el cepo durante la cena con él.

Cuenta la leyenda que Pepi Fernandez ya no le dejó escapar y que en la estantería que tiene en su casa, con figuritas de cristal, se puede ver, sobre un pequeño pedestal, el objeto que utilizó para hacerlo caer, con una inscripción que dice “Nunca dejes de sonreír, no sabes quién puede enamorarse de tu sonrisa”, junto a su foto cuando lo obtuvo.

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