miércoles, 9 de abril de 2014

Qūnkatu

Quizás esta historia sucedió en Qūnkatu, en el año 1177, o quizás nunca sucedió y sólo sea producto de mi imaginación.

Saíd recuerda, mientras prepara dos caballos, cómo en primavera fue asignado a la guardia del Caíd, Abu Beka, y cómo éste le encomendó la misión de la protección de su hija Zaida, siendo todo un honor tal distinción. Hasta ese momento se consideraba un soldado disciplinado y valiente y sus únicas preocupaciones eran, fuera de las batallas, mantener su equipo y su cuerpo siempre preparados para la acción, pero, desde el primer día de su nueva misión, algo cambió dentro de él. Zaida era la mujer más bella que había conocido, destacando sus grandes y oscuros ojos, eran tan negros que no parecían tener fondo y que cualquier hombre se podría perder en esa mirada.

No podrá olvidar, mientras viva, la primera vez que oyó su suave y cantarina risa, y cómo una oleada de placer recorrió su cuerpo. Su mundo cambió de epicentro y no estaba preparado para ello, pasó noches en vela intentando ordenar sus ideas y emociones y sólo consiguió que ella se anclara en todos y cada uno de sus pensamientos.

Zaida recuerda lo apuesto que le pareció el guerrero que le puso su padre como escolta, siempre con la mirada baja, intentando no mirarla a los ojos, cómo en los días siguientes su cercanía la hacía vibrar de emoción y cómo la ilusión fue creciendo en ella. Su padre la quería comprometer con el Caíd de Toledo, hombre mayor y adusto, nada de su agrado; así que cuando empezó a sentirse atraída por su gentil guardaespaldas tuvo claro que ya no sería de otro hombre.

Durante las semanas siguientes las distancias entre ellos se fueron acortando, tanto física como emocionalmente. Ella no dejaba pasar ninguna oportunidad para tocar ligeramente la mano de su guardián, ya fuera dejando caer, a propósito, algún objeto en el mercado u olvidando pañuelos o alhajas durante sus interminables paseos, permitiendo que su gentil hombre se lo acercara. Al principio podía percibir el ligero temblor de la mano de él, pero con el paso del tiempo a quién le temblaba la mano era a ella, cuando él le empezó a responder con una leve caricia de sus dedos.

Para Saíd, aquella noche marcará el principio de una nueva vida, se dirige con otro caballo y otro uniforme de soldado al encuentro con su amada. Sabe que si es interceptado su cabeza rodará al instante, por ello toma todas las precauciones posibles llegando al portón de los jardines de palacio cuando ya despunta el alba. Toca ligeramente la aldaba y el portón se abre, saliendo su amada y abrazándose a él con pasión.

El 27 de julio, los desesperados conquenses, hicieron una salida, casi suicida, atacando el campamento cristiano, dónde pernoctaban las tropas que sitiaban la ciudad desde enero. Aprovechando el tumulto de la refriega dos caballos salen de la formación y toman camino siguiendo la hoz del Huécar, para, a continuación, perderse en dirección a la serranía.

En este punto de la historia se pierde la pista de los dos enamorados, quizás murieran antes del 21 de septiembre, cuando la ciudad se rindió, por alguna enfermedad o en alguno de los ataques de manganas y trabucos cristianos, o bien pudieran ser las dos figuras que huyen de la ciudad, quizás fueran apresados por cristianos o quizás, más tarde, por tropas musulmanas, pero no seré yo quien ponga límites a la imaginación y bien pudiera ser que Zaida y Saíd lograran huir hasta Valencia y allí consiguieran vivir su amor a orillas del mediterráneo, con tranquilidad, siendo felices para siempre.

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