Hablar de la Semana Santa Sevillana y hacerlo
en clave de culto, devoción o religiosidad es quedarse en la superficie,
sería no haberla vivido plenamente, con emocionalidad y alegría,
alejados siempre del “recogimiento castellano”. Este periodo
de tiempo, para buena parte de la población de Sevilla (la otra parte
se va a la playa), se convierte en una actividad social frenética, donde
se dan cita varias características que conforman la idiosincrasia
sevillana.
Lejos de los estereotipos de señoritos, capillitas,
canis o pies negros, macareno o trianero, hay en los sevillanos un
profundo arraigo en el saber estar, las buenas formas, por supuesto, de
sevillanas maneras y de relación social, mucha y variada relación
social: ellos de traje y corbata, con la chaquetita bien plantá y su
pañuelito en el bolsillo, aunque a ciertas horas algo de sport con
estilo, ellas peineta y mantilla o de traje, uno para cada día y si son
dos al día mejor que mejor; ya sea en la carrera oficial o en el tapeo,
saludar a todos a la llegada, preguntar por la salud y los parientes,
nuevos o ausentes, hablar sobre las incidencias sociales de todo el año,
de las disputas o diferencias entre cofradías y, al marchar, repartir
buenos deseos de salud y bienestar; el arte de la opinión, en una
conversación banal a la vez que profunda, sobre cualquier cosa, con la
copa de vino, o cervecita, en la mano, a cualquier hora del día,
cualquier día de la semana, degustando una tapita de adobo, de pringá o
rabo de toro, quizás sólo unas olivas, pasando las horas con los
compadres o tan solo conocidos.
En definitiva, hay que vivir la
Semana Santa Sevillana desde las bullas, sean éstas las formadas para
ver los pasos o aquellas otras que a todas horas se forman, tanto dentro
como fuera, de las innumerables tasquitas que hay que visitar por el
centro.
"¡Tos por igua valientes, al cielo con ella!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario