miércoles, 8 de enero de 2014

La hora

Cuando Laura, después de una interminable y agotadora jornada laboral, entró en su casa estaban todas las luces apagadas, cosa extraña, ya que, a esa hora, su marido siempre estaba en casa. No le dio importancia, dejó las llaves y el abrigo en la entrada y pasó al salón. Al encender la luz escuchó el típico chasquido que hacía el brazo del tocadiscos al ponerse en marcha y, mientras recorría el salón hacia su habitación, pudo escuchar cómo, de los altavoces, salía la voz de su marido:

“Laura, mi amor, he grabado este disco para que escuches mis últimas palabras.

Te perdí hace mucho tiempo, tanto que ya no recuerdo cuándo empezó a ocurrir, quizás fue con el nacimiento de nuestro hijo, al que te dedicaste en cuerpo y alma, dejándome a un lado a pesar de todos mis esfuerzos. Pensé que con el tiempo volveríamos a recuperar nuestra complicidad, cariño, amor…, pero no, la distancia se fue agrandando y mi alma resquebrajando.

Cuando nuestro hijo se marchó de casa te volcaste en el trabajo y apenas cruzábamos unas palabras al ir a dormir.

Mi vida, sin ti, se ha convertido en un infierno que ya no puedo resistir, te quise, te quiero y te querré siempre, la vida sin tu amor no tiene significado. Te marchaste hace mucho tiempo y, como dice la canción –Remolino- Si te vas a marchar, llévate antes mi cuerpo- Así que esta es mi despedida, mi último aliento ha sido pensando en ti, te amo mi amor.

Antes de que pases a nuestra habitación mira el reloj de la pared y entenderás”

El chasquido del brazo del tocadiscos al levantarse sacó a Laura del bloqueo que la había paralizado. Por sus mejillas resbalaban lágrimas, mientras se giraba a mirar el reloj. Al principio no comprendió qué mensaje podía haber allí, la hora era errónea, las 19:40 marcaba y deberían ser cerca de las 22:00. Tras unos instantes de reflexión un recuerdo afloró a su mente, su gesto se convirtió en angustia y salió, disparada como un resorte, hacia su habitación.

Antes de llegar percibió un intenso aroma a flores, el olor a jazmín inundó su olfato y, como un destello, su mente le trajo una vorágine de imágenes: de su niñez, de su adolescencia y de tantas y tantas veces que él le había regalado ramos de jazmín, su flor preferida.

Al entrar en la habitación y encender la luz una escena asombrosa impactó en sus ojos, allá donde mirase todo, absolutamente todo, estaba cubierto de flores de jazmín, un manto blanco celestial. Al fondo la luz del aseo estaba encendida. Laura no pudo más y gritó, con un grito que sólo da la desesperación ¡¡¡Luissssssssss!!! Entró en el baño y le vio, tumbado desnudo en la bañera, como dormido, con un brazo colgando fuera, de su muñeca caían rítmicamente unas gotas de sangre hacia un pequeño charco en el suelo ¡Por Dios, qué has hecho!

Se acercó y le tomó el pulso, su corazón latía, débilmente, pero latía. Taponó fuertemente su muñeca con la mano y con la otra le acaricio el cabello, diciéndole –Luis, Luis… te quiero mi amor, te quiero y me perdí, pero eso no volverá a ocurrir, seré tuya para siempre.

Unos minutos después Luis comenzó a abrir los ojos y, al verla allí, una sonrisa se dibujó en su rostro. Con voz torpe consiguió articular unas palabras –¿Te gustó que en el reloj estuviera la hora de nuestro primer beso? Ella le besó como aquella primera vez, con amor, con mucho amor.


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