viernes, 4 de julio de 2014

Caminos separados

Alberto caminaba por Madrid en una soleada mañana de verano, acababa de cumplir treinta años y se sentía en plenitud, tanto física como emocional. Tenía trabajo, vivía de alquiler, disfrutaba de sus horas de ocio en compañía de sus amigos y, debido a su belleza, no le faltaban aventuras amorosas siempre que lo deseaba.

Había tenido una infancia relativamente dura. Nacido y criado en un pequeño pueblo de Ávila, estudiaba y ayudaba a su familia en las labores del campo, lo que le dejaba poco tiempo para el ocio y las amistades. Pronto comprendió que aquél no sería el lugar donde pasaría el resto de su vida y con 18 años emprendió la aventura de vivir solo en Madrid.

Descubrió y disfrutó la ciudad, se descubrió y se disfrutó y, ahora, vivía sus mejores momentos de plenitud.

Carlota, cámara en ristre, fotografiaba todo lo que se movía o llamaba su atención, lo bello como ella y lo que no lo era tanto pero que siempre tenía un valor y un significado. A sus treinta y tres años su afición era su trabajo y era feliz, consigo misma y con el mundo, disfrutaba de cada momento como si fuera el último, sorbiendo cada instante y aspirando el aroma de la vida en cada esquina.

De familia con muchos posibles, padre juez y madre fiscal, fue encaminada durante su infancia y adolescencia a seguir la tradición familiar de la abogacía, pero se reveló y negó querer seguir ese camino, encontrando el suyo propio en la fotografía y en ver el mundo en dos y en tres dimensiones al mismo tiempo.

Captó su atención la bella figura que paseaba distraídamente por la calle, una presencia masculina sonriente: alto, cabello moreno y ligera barba oscura sobre su morena piel que resaltaba más por su vestimenta de un blanco radiante.

Disparaba su cámara de forma continua, captando la esencia del personaje, recreando cada movimiento y cada gesto, hasta que la proximidad fue tal que era imposible encuadrarlo. En ese momento, Alberto, que iba distraído, se giró bruscamente por el sonido provocado por una persiana al ser levantada y golpeó con su brazo la cámara de Carlota.

Ambos se miraron con intensidad y pronto afloró a sus labios una amplia sonrisa, reconociendo ambos a un alma gemela.

De suyo, esta historia acaba casi siempre en romance, pero esta vez no será, ya que nuestros personajes se encuentran paseando por Chueca y, como de todos es sabido, este fin de semana allí se celebra un evento sin par. Así que, Alberto que es gay confeso y Carlota que es lesbiana declarada, se miran, sonríen y disculpan y siguen sus caminos separados, pero no opuestos, casi paralelos.


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