viernes, 25 de julio de 2014

Soledad

Soledad… Qué bonita palabra cuando es buscada para la creación, investigación, meditación..., llega a ser placentera y productiva. Pero cuando ésta no es deseada se convierte en una losa que nos aplasta y fulmina.

Hoy día, la más común de las soledades es la causada por el aislamiento emocional, que puede ser voluntario o no. La soledad escogida suele tener sus raíces en nuestro inmediato pasado y me remito al dicho: “prefiero estar solo que mal acompañado”, suele ser un intento de desconexión para eliminar la angustia y los desencantos sufridos. La soledad no escogida se deriva del sentimiento que tenemos de no tener a nadie con quien contar, que la gente que nos rodea no nos conoce de verdad, consecuencia de no tener una o varias figuras de apego o, teniéndolas, no es recíproco o no lo es con la intensidad que nosotros deseamos.

A veces, nos podemos sentir solos, incompletos, a pesar de estar rodeados de cariño y afecto, por no reconocerlo y evaluarlo correctamente. Suele suceder después de alguna experiencia traumática o compleja, en la que no nos hemos sentido suficientemente apoyados por nuestro entorno, nos ha faltado la fortaleza de poder asumir la situación nosotros mismos y al buscar dónde apoyarnos sólo hemos encontrado el vacío, la desidia, cuando no el abandono. En estas ocasiones, somos nosotros mismos los que inconscientemente provocamos esa desconexión para no sentir angustia y lo que en realidad ocurre es que la promovemos más.

Hay quienes abogan para este tipo de situaciones en volver al interior, en quererse más a uno mismo, en un reconocimiento de nuestro yo interior y real, sin matizaciones sociales, para, una vez conseguido esto, volver al exterior reforzado y poder querer a los demás.

No estoy completamente de acuerdo con este criterio, ya que, sin un control preciso, se puede traducir la situación a una exacerbación del egoísmo innato en el ser humano. Así, como en tantos otros aspectos de la vida, me parece esencial el equilibrio, en emparejar adecuadamente verbos: dar y recibir, hablar y escuchar, aceptar y comprender… y en utilizar tantos otros que tenemos a mano en nuestra relaciones con los que nos rodean: querer, acariciar, implicar, sentir, confiar… En definitiva: simbiosis con otros seres humanos.

Tenemos que comprender que la solución está en nosotros, que de nuestra actitud se va a derivar la retroalimentación que recibiremos. Debemos tener gente a nuestro alrededor en la que confiemos, con la que nos sintamos seguros y protegidos, aliviados y comprendidos, pero para ello otras personas se deberán sentir así porque nosotros lo somos, a su vez, para ellos.

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