Para hablar de estas tres cuestiones, tan
distintas y tan iguales, que no sabemos dónde empieza una y dónde acaba
la otra, lo voy a hacer desde el “corazón”, dejando de lado la
bioquímica o la psicología, por tanto, desde la experiencia personal.
Vaya por delante que quiero a muchas personas, amo o siento amor por
unas pocas y quiero, estoy enamorado y amo a una sola. Así que, como podéis
comprobar, considero al enamoramiento como la bisagra sobre la que
giran las otras dos y que el sentimiento perfecto es aquel que engloba a
los tres.
Se puede querer y amar a muchas personas, empezando
por los hijos, padres y demás familiares y, siguiendo, con los amigos,
pero estos tipos de querer o amar no son el objeto de lo que quiero
tratar, así que me circunscribiré a lo que podemos sentir hacia aquellos
que queremos que sean o que son nuestra pareja, sea ésta del sexo
contrario o del mismo.
Querer a otra persona comporta el
sentirnos a gusto a su lado, con una cierta dosis de atracción o
afinidad física, intelectual y emocional, desarrollando hacia ella
afecto, compasión y apego. Cuando se quiere deseamos dar y recibir:
cariño, estímulos intelectuales, caricias, placer… Querer, sin más, es
un sentimiento pausado, no excesivamente comprometido, pero que nos
puede aportar mucha felicidad. Nos puede ocurrir que el sentimiento sea o
no correspondido, tanto si mantenemos una relación con esta persona o,
también, que no hayamos conseguido atraer su atención y se convierta en
algo platónico, que tendemos a denominar amor, pero, en realidad, no
puede llegar a esa categoría porque de atesorarlo en la intimidad lo
desvirtuamos.
Amar significa querer con gran intensidad, es un
sentimiento que se basa en la atracción y en una buena dosis de
admiración, entra mucho en juego el romanticismo, la pasión y la
incondicionalidad. Cuando amamos nos sentimos más plenos que cuando solo
queremos, nos vincula de una forma más integral con la persona amada,
se acrecienta el sentimiento de posesión y de pertenencia, la
complicidad integra, el deseo ferviente de estar al lado del otro
ilusiona, el tiempo parece ir más despacio en su ausencia y más rápido a
su lado.
Estar enamorado es amor en estado puro, energía
primigenia del universo que te hace fluir por la vida como si nada más
que la persona amada importara, dándote vitalidad y alegría continua.
Piensas, sueñas, comes, duermes, trabajas, corres o saltas… con la
persona amada en la mente, se convierte en una obsesión que, si no es
controlada adecuadamente, te puede desbordar.
Al
enamoramiento, y también al amor, muchos le ponen fecha de caducidad,
contabilizándolo en meses o unos pocos años, considerándolo sólo el paso
previo o inicial del amor, que si no fructifica, porque la excesiva
idealización del otro nos ha cegado y llega el momento en el que
descubrimos que, en realidad, no es la persona que creíamos, no dará
paso a un verdadero, sincero y duradero amor. Pero si esa idealización
de la persona amada es reflexiva, voluntaria, aceptada y comprendida, el
enamoramiento es duradero y se mantiene mientras esa pareja tenga
ilusión, no dejen de sentir mariposas en el estómago y no pierdan nunca
de vista las cosas importantes de la vida en pareja.
De una
forma más gráfica, os pongo en una situación cotidiana. Imaginad que la
tarde declina con los últimos rayos de sol y llegas a casa de la persona
amada, te sientas en una silla en la cocina y, después de unos
instantes de saludos, la miras como se mira a una diosa y a la persona
que ocupa tu ser y tus sentidos, le hablas de su belleza, gracia o
armonía, y la preguntas por cómo le ha ido el día; entonces, entrelazas
las manos bajo la barbilla y la escuchas, como se escuchan las cosas
importantes de la vida, porque su sentir, su bienestar, sus miedos o
temores, sus frustraciones, sus alegrías… son para ti lo más importante,
cada instante de su vida es una gota en la tuya, si ella es feliz tu lo
eres, si sufre tienes que compartir su dolor y paliarlo en la medida de
tus posibilidades, si está cansada con la mirada la tienes que
transmitir serenidad, pasión y dedicación, y esa comunión, ese sentirse
uno con el otro, arropado, protegido, querido, amado… la seguirá
encandilando y te encandilará ella a ti.
Como visión particular
que es no quiero en modo alguno sentar cátedra, ni dar lecciones a
nadie, cada uno somos distintos y los avatares de la vida diaria
conforman realidades distintas, simplemente quiero transmitir que
querer, enamorarse y amar, a pesar de ser cosas distintas, forman una
comunión alcanzable por cualquiera si nos olvidamos de nosotros mismos y
pensamos, tanto como podamos, en la persona que amamos. El amor es, en
último término, pensar y actuar, a diario, por y para el otro.
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