jueves, 17 de julio de 2014

Como un gorrión albino

En la fachada de un edificio, en la Castellana, a unos tres metros sobre el suelo hay un agujero de unos dos centímetros de diámetro, dónde han instalado su nido una pareja de gorriones. El azar de la genética ha querido que una de las tres crías, que han conseguido llevar adelante, sea albina. El gorrión es de un blanco tan puro que, cuando no está en movimiento, parece de porcelana.

Esta primavera, casi coincidiendo con el nacimiento de estos gorriones, se cerró en el Prado una exposición del artista Miguel Ángel Blanco, en la que hacía convivir la naturaleza y el arte. Una de sus intervenciones era un gorrión albino posado en un lateral de las Meninas. El artista imagina que este gorrión vuela hasta la ventana de un lugar ya desaparecido, el Alcázar de los Austrias, para desde allí observar un instante cotidiano de la corte de Felipe IV.

Ahora yo imagino al gorrión albino de la Castellana, en la actual corte de Felipe VI, como a un espectador privilegiado que disecciona esta época de prisas y egos desmedidos, de soledades compartidas o no y de un mirar para otro lado.

A poco que se fije, y comprenda, verá que, a pesar de toda nuestra modernidad y adelantos tecnológicos, poco hemos cambiado, en cuanto a “Humanidad” se refiere, en estos siglos desde un Felipe al otro. La supremacía del “yo” frente al “nosotros”, tanto a nivel familiar como social, es total. La humanidad sigue instalada en las guerras y crueldades sin fin, en pisotear todo lo que haga falta para conseguir nuestros propios objetivos, en ensalzar e idolatrar al que destaque para, después, destrozarlo si podemos, en el bienestar individual por encima del de los demás…

Por supuesto que hay muchos casos de entrega, dedicación, generosidad, empatía…, pero no los suficientes para que supongan una corriente que arrastre y deje inerme y maltrecho al egoísmo imperante, ya sea en forma de maremoto o de un gota a gota incesante y pertinaz que cale profundo en el alma colectiva.

Pensaréis que son un romántico idealista, falto de un baño de realidad, y puede que llevéis razón, ya que, si creyera en la reencarnación, me gustaría reencarnarme, dentro de unos siglos o tal vez unos milenios, en un gorrión albino, para así poder observar la corte del Felipe de turno o la república con cualquier ordinal y quizás, tal vez…, poder entonar un coro de alegres “chipchip” al reconocer y comprender que la humanidad se ha ganado su hache con mayúscula.

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